martes, 3 de noviembre de 2009

"¡VIVA LA DINAMITA REVOLUCIONARIA!" A 75 años de octubre

“Allí donde los jefes pudieron controlar las iniciativas y los deseos de las masas,
el movimiento no fue más que un deseo frustrado.”

Andreu Nin, “Lecciones de la insurrección de octubre” (1-12-34)

Se cumple este año, entre la indiferencia y el olvido –cuando no la falsificación histórica más descarada- el 75 aniversario de la primera revolución proletaria acontecida en el Estado español. En el marco de una república que se había demostrado incapaz de dar una mínima satisfacción a las demandas de los sectores populares y de las diferentes nacionalidades del Estado, el ascenso al gobierno de las derechas agrupadas en la CEDA provocó una reacción en las organizaciones obreras que, bajo la dirección incompetente del PSOE –un PSOE que hasta ese momento se había decantado por la colaboración con la burguesía republicana-, se lanzaron a una huelga general revolucionaria. El ascenso de los nazis al poder y los sucesos de Viena, donde el gobierno católico reaccionario había aplastado militarmente al proletariado, condicionaron este cambio repentino de estrategia de los socialistas.

El movimiento insurreccional de octubre de 1934 alcanzó su máxima expresión en Asturias, dónde la inmensa mayoría de la clase trabajadora se había agrupado en la Alianza Obrera Revolucionaria. Esta Alianza coordinaba a la UGT y a la CNT en torno a un programa explícitamente revolucionario:

“Las organizaciones que suscriben convienen entre sí en reconocer que frente la situación económico política del régimen burgués en España, se impone la acción mancomunada de todos los sectores obreros con el exclusivo objeto de promover y llevar a efecto la revolución social”

A este pacto se habían adherido el PSOE y otros grupos menores de la izquierda comunista. Al margen quedaban tanto el PCE como la FAI, para quienes la cuestión de la unidad se reducía a la adhesión de todos los trabajadores en sus organizaciones. No obstante, ambas se sumaron al movimiento en cuanto se declaró la huelga general revolucionaria, que sin embargo no fue proclamada por la Alianza, sino por la dirección estatal del PSOE y la UGT.

Tras dos semanas de enfrentamientos armados con las tropas mercenarias del Ejército español (Tercio y Regulares) en dos frentes de batalla (Oviedo y Campomanes en el llamado frente sur), la falta de munición obligó a los insurrectos a deponer su actitud, ya que se estaba conteniendo a las fuerzas del gobierno a base exclusivamente de dinamita.

Durante las dos semanas que duró el movimiento en las zonas liberadas se abolió el capitalismo y se experimentaron nuevas formas de organización social. En las localidades de predominio socialista y estalinista se abolió el dinero y la propiedad privada y se constituyeron Guardias Rojas para velar por el nuevo orden revolucionario. En las de preponderancia anarquista además, tras asambleas populares, se procedió a abolir el Estado y a proclamar el comunismo libertario.

El fracaso del movimiento insurreccional en el resto del Estado permitió al gobierno concentrar sus fuerzas en la represión de la revolución proletaria de Asturias. La huelga de campesinos organizada por la UGT meses antes privó a la insurrección del elemento campesino, agotado tras una dura lucha. El Comité Revolucionario socialista instalado en Madrid fue rápidamente desarticulado por la policía. En Cataluña la insurrección fue dirigida por la pequeña burguesía nacionalista republicana (ERC), que proclamó “el Estado catalán dentro de la República Federal Española” por boca del Presidente de la Generalitat Companys. La Alianza Obrera establecida en Cataluña entre la izquierda comunista y los sindicatos disidentes de la CNT (trentistas) era una alianza meramente defensiva con el fin de impedir el paso al fascismo, es decir, una alianza política, al contrario de la asturiana, de carácter revolucionario y ofensivo. La CNT, mayoritaria en Cataluña entre la clase obrera, se mantuvo al margen.

(...)

ASTURIAS: LA REVOLUCIÓN SIN JEFES

La revolución de octubre lo fue a pesar de su principal impulsor y dirigente, el PSOE. Esta paradoja se explica por el hecho de que la verdadera intención de los socialistas no era realizar una revolución social, expropiar a los capitalistas y organizar la producción y la vida social sobre bases colectivas y federalistas, sino que su objetivo era simplemente asegurar la existencia de la república burguesa del 14 de abril contra los intentos liquidadores de las derechas españolas. Esta impresión era compartida incluso por los dirigentes socialistas asturianos:

“Llegamos a la entrevista Ramón González Peña, Graciano Antuña, Belarmino Tomás y yo. Largo Caballero, tras pulsar nuestra actitud y ver las dudas que existían, nos dijo que el movimiento no podía fallar. González Peña, molesto por tanta seguridad, insistió, a lo que Largo Caballero respondió preguntando si en Asturias teníamos miedo. González Peña le contestó violentamente que los asturianos cumpliríamos nuestros compromisos. Fue una reunión desagradable. Entramos y salimos de allí dudando de la capacidad revolucionaria del resto de España.”

(Juan Pablo García, dirigente de la Juventud Socialista de Mieres y vocal de la Ejecutiva Nacional de las Juventudes Socialistas, sobre una reunión celebrada en el verano del 34)

Cabe preguntarse por el carácter criminal de esta decisión de sacrificar el proletariado revolucionario en aras de objetivos tan limitados, y por las posibilidades de éxito de una revolución cuyos mismos dirigentes no creían factible. Sin embargo la larga conflictividad de los trabajadores asturianos había fermentado una conciencia de clase y una combatividad revolucionaria que obligó a la dirección de sus organizaciones a establecer un pacto explícitamente revolucionario. Como reconoció abiertamente el dirigente socialista Luís Araquistain:

“La tensión revolucionaria había llegado a tal extremo que, si no estallaba, el proletariado de tendencia socialista habría destrozado sus cuadros sindicales y se habría incorporado a los de carácter comunista o anarcosindicalista”

Para no perder el control de sus bases las organizaciones obreras asturianas montaron el tinglado de las Alianzas Obreras, cuyos comités eran designados a dedo por la cúpula de las organizaciones, y a ellas daban cuenta de sus actos. Este déficit democrático y organizativo ilustra bien, por defecto, acerca de la necesidad de la democracia directa, las asambleas soberanas de trabajadores y la revocabilidad de los delegados. Los propios revolucionarios asturianos se pudieron dar cuenta de ello –aunque sin darles tiempo a sacar todas las conclusiones pertinentes- tras la vergonzosa deserción de los miembros del primer comité revolucionario asturiano, al sufrir los primeros reveses en la lucha. Al tener conocimiento del fracaso del movimiento en el resto del Estado, y ser alertados de la proximidad de varias columnas militares que progresaban hacia Oviedo –donde los revolucionarios se habían hecho dueños de la ciudad y tenían sitiadas a las fuerzas gubernamentales en varios puntos- los dirigentes recordaron que, al contrario de los trabajadores que combatían y morían en las calles de Oviedo y en el frente de Campomanes, todavía tenían algo que conservar: las organizaciones que les habían dado la responsabilidad de dirigir el movimiento.

“La ola de pánico circuló de una manera tan prodigiosa que los comités locales abandonaban sus puestos, se retiraban guardias y vigilancias precipitadamente, se ponía en libertad a los prisioneros, los coches circulaban con gran rapidez, llevando miembros comprometidos en dirección de las distintas salidas de Asturias. (…) mientras el pánico cundía de esta forma; los miles de trabajadores de toda Asturias concentrados en Oviedo seguían dispuestos a luchar más frente al enemigo. Los compañeros de Sama que allí estaban combatiendo, se negaron a regresar en los camiones que allí tenían, y, como éstos, tengo entendido que los de las otras localidades.

¿Quién iba a pensar en aquellos momentos que, después de todo esto, el proletariado asturiano, a pesar del efecto desmoralizador de lo ocurrido, tendría a raya al enemigo, cada vez más fuerte de nuevo, por espacio de siete días más de lucha?

Sinceramente confieso que ninguno de los miembros responsables de las organizaciones, incluso las nuestras, lo creyeron posible”
(Carlos Vega, informe al Comité Central del PCE)

Ante la traición de sus dirigentes, que se dieron a la fuga tras repartirse los fondos obtenidos en el asalto al Banco de España, los trabajadores optaron por continuar la lucha, pese a todo, y a tal efecto cada grupo de combatientes envió un delegado a la plaza del Fontán de Oviedo, donde se desarrolló una asamblea y a mano alzada se decidió proseguir con las armas en la mano hasta la victoria y se nombró un segundo comité revolucionario. Ante la reacción del proletariado, las organizaciones se recompusieron y nombraron un tercer comité cuyo único objetivo fue poner fin a la lucha, cosa que consiguió el día 18 no sin antes vencer una fuerte oposición de los obreros armados:

“Mientras estas gestiones se realizaban, empezó a trascender entre la masa obrera el asunto, y en la plaza del Ayuntamiento comenzaron a concentrarse centenares de obreros, que comentaban con pasión el caso. Había muchas protestas y crecía por momentos un gran descontento. Comenzaron las cábalas y conjeturas, y, como alguien comentaba la posibilidad de otra fuga del Comité, se empezó a hablar de proceder a la detención de los miembros del mismo…y su cacheo, por si hubiera habido reparto de dinero. Aquella masa se colocaba en una actitud amenazadora, y algunos, provistos de fusiles, empezaban a tomar posiciones por puertas, y junto a los coches allí estacionados. Algunos subieron hasta las puertas de la secretaría. Unánimemente se manifestaban en que no podía hacerse una cosa así, sin consultar con los trabajadores. Que no estaban dispuestos a que se obrase a sus espaldas, y que, se hiciese lo que se hiciese, ellos continuarían la lucha, defendiendo el terreno palmo a palmo.”
(Carlos Vega, o. c.)

El líder socialista del último comité revolucionario, Belarmino Tomás, a punto está de ser fusilado delante del ayuntamiento de Sama al dar cuenta de sus gestiones:

“Desde que Belarmino comienza a hablar, hay cuatro o cinco mineros que son agarrados por la chaqueta y por el arma para que no le disparen:
-¡Aquí nos comemos al África y a Dios que venga a la mina! -gritaban éstos con los ojos desorbitados-. ¡Eso es cobardía! ¡Derrotismo! ¡Engaño! A nosotros nos dijeron que íbamos a traer a Asturias la Revolución Social. Mientras no venga, no paramos.”
(Alfonso Camín, “El valle negro”)

El espíritu unitario de los trabajadores asturianos, que se hizo mundialmente popular bajo el lema “¡Unión, Hermanos Proletarios!” fue saboteado por sus organizaciones. Mientras los trabajadores combatían, heroicamente y contra toda esperanza, codo con codo sin distinción de tendencias, sus dirigentes seguían haciendo su política sectaria. Además de la irresponsabilidad de los socialistas, los estalinistas procedieron a proclamar unilateralmente desde algún despacho la República de Obreros y Campesinos de Asturias, a establecer lo que ellos entendían perversamente por “dictadura del proletariado” e incluso a implantar el servicio militar obligatorio en el Ejército Rojo, decisiones todas ellas contrarias al espíritu del pacto y claramente inadmisibles para los anarcosindicalistas, que por su parte no dejaron de proclamar en sus zonas de influencia el comunismo libertario y no dejaron nunca de firmar sus camiones blindados, bandos y proclamas con los acrónimos de sus organizaciones.

“Excepto de la gloriosa insurrección de Asturias, al proletariado español le ha faltado conciencia de la necesidad de la conquista del Poder” (A. Nin). Solo los trabajadores asturianos tuvieron conciencia de la necesidad de la unidad para tomar el poder. Pero les faltó el instrumento, las asambleas de trabajadores, para dirigir el movimiento victoriosamente, eliminando a los burócratas políticos y sindicales, que perseguían sus propios fines. Tras la derrota del movimiento y la sangrienta represión desencadenada a continuación, el dirigente socialista Andrés Saborit todavía tuvo la desvergüenza de presentarse ante los revolucionarios encarcelados en la prisión de Oviedo para echarles en cara: “Nadie os ordeno ir a la revolución. La orden era de huelga”

La revolución de octubre de 1934 presenta algunos rasgos modernos: por primera vez el proletariado prescindió en la práctica, aunque de forma parcial e insuficiente, de sus organizaciones y dirigentes. Fue la primera revolución sin jefes: “la insurrección de Asturias muy bien puede ser representada por un minero solo que se bate (…) sin jefes” (E. Lussu, “Teoría de los procesos insurreccionales contemporáneos”): esa es su grandeza, y también la causa de su fracaso. No se trata de una animadversión ideológica o metafísica a la autoridad, sino de quien impone esa autoridad y ante quien tiene que rendir cuentas. El espíritu unitario y revolucionario de octubre, ejemplo para la historia, bien puede resumirse en las palabras con que Manuel Grossi narra el ambiente en Mieres el día antes de la derrota al recibir a los combatientes del frente sur de Campomanes que han fijado sobre el terreno, durante dos semanas, fuerzas militares muy superiores en número y armamento, en su obra “La insurrección de Asturias”:

“La concurrencia en Mieres es aún mayor que en los días anteriores. Se discute apasionadamente. Del cuartel general han salido cuatrocientos soldados rojos que recorren las calles de la ciudad en orden perfecto y entonando la Internacional. Este desfile llena de emoción a todos los que lo presencian. Los ojos se llenan de lágrimas. Esos hombres han pasado días y noches sin moverse de las trincheras de la revolución. Están sucios, harapientos, cubiertos de lodo. Les ha crecido la barba. Han dormido apenas. Han conocido toda clase de privaciones. Sin embargo, en este momento decisivo, cuando ya se masca la derrota, a dos pasos quizá de la más sangrienta de las represiones, tienen fe, una inquebrantable fe en su causa, en su ideal. No lloran. Cantan. Es este canto que, a través de derrotas y de victorias parciales, tiene que conducir un día no lejano a la clase trabajadora del mundo entero a su victoria definitiva, a su emancipación total.”
(Manuel Grossi, o. c.)

Miles de trabajadores asturianos hemos crecido bajo la sombra mítica de octubre de 1934. Pero esa sombra, poco a poco, se va transformando en un fantasma. En este mundo que en el que ya nadie se cree nada, pero que en el que sin embargo todo el mundo continúa respetándolo todo, los hechos históricos son siempre silenciados o deformados. Se nos presentan como objeto de interés sólo para el profesional de la Historia, o como pasatiempo para cuadros capitalistas refinados: hechos sepultados por el progreso. Un progreso que nos ha traído una multiplicación de desastres, barbarie e inhumanidad bajo la excusa del avance de “las ciencias”. Pero nosotros, proletarios, descendientes de los revolucionarios de octubre, como afirmó Karl Marx, “sólo conocemos una ciencia: la ciencia de la historia”.

LLAReditorial-Casa María

Publicado en: Ekintza Zuzena, Nº 36, 2009.

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