¿Para qué?
Una alianza puede ser defensiva u ofensiva. La cosa es aparentemente clara. O bien es para evitar un golpe, para proteger un régimen o un equipo en el poder, para detener el avance de un adversario, o bien para conquistar el poder o para obligar al equipo que lo ocupa a hacer determinadas concesiones o a seguir una política dada o a adoptar unas medidas que se deseen.
Digo aparentemente porque hay alianzas que no son tan transparentes y que se concertan no para conseguir los objetivos declarados, sino otros ocultos. Por ejemplo, una alianza para poner en el poder a un equipo que esté comprometido a abrir la puerta a negocios extranjeros o a tapar corrupciones o a facilitar un golpe contra sí mismos. O bien que tengan por objetivo servir a intereses diplomáticos extranjeros.
De todos modos, claros u oscuros, los fines de una alianza siempre caen en una de las dos categorías citadas: defensivos u ofensivos. Para evitar un cambio o para provocarlo. Poco importa que quienes quieran evitarlo sean las derechas temerosas de una revolución o las izquierdas temerosas de una reacción, o que quienes quieran provocar el cambio sean las derechas deseosas de ir para atrás o las izquierdas que aspiran a ir para adelante.
La mayoría de las alianzas tienen objetivos muy limitados, una vez conseguidos los cuales se deshacen automáticamente. Una alianza para lograr una amnistía, por ejemplo, o para ganar unas elecciones o para obtener una ley. Otras -y eso es más raro- quieren tener permanencia, servir de instrumento de gobierno una vez alcanzada la victoria, si es una alianza ofensiva, o bien servir de mecanismo de defensa siempre dispuesto, si es una alianza defensiva. De todas maneras, por su misma naturaleza, la alianza está destinada a no ser de mucha duración -especialmente cuando quiere gobernar como tal alianza-, porque estando formada por fuerzas cuyos fines a largo plazo difieren, cuyos intereses generales no coinciden, necesariamente llega un momento en que -pasado el peligro o alcanzado el poder-, surgen intereses contrapuestos que la desintegran, ya sea de golpe, ya por la repetición de conflictos y roces parciales.
Puede ocurrir incluso -aunque nunca se declara así- que una alianza se estableza para destruír, minar o disminuir a una de las fuerzas que la componen y a la que se ha colocado en tal situación, que no puede rehuir la alianza sin perjudicarse. Le sale entonces más a cuenta correr el riesgo que no oponerse a la alianza. No es excepcional que la fuerza que se quiere destruir o absorber no se percate de ello. La mayoría de las alianzas con los comunistas se realizan sin que los aliados se den cuenta de que uno de los objetivos no declarados es su absorción por ellos. Y lo mismo puede decirse de ciertas unificaciones o fusiones. La fusión de las juventudes socialistas y comunistas, maquinada por Santiago Carrilo a comienzos de 1936, tenía por objeto, sobretodo, la absorción de las primeras por las segundas, cosa que, efectivamente, ocurrió. Desde fuera algunos lo advirtieron y avisaron, pero la inmensa mayoría de los jóvenes socialistas y de los socialistas adultos no se percataron de ello, cegados como estaban en aquel momento por la retórica de la unidad y por su reciente descubrimiento del marxismo, que les hacía creer -tal como ellos lo interpretaban- que las juventudes comunistas eran marxistas y revolucionarias. Que no lo eran, claro está, se vio durante la guerra civil, cuando las Juventudes Socialistas Unificadas se opusieron a todas las conquistas revolucionarias y se colocaron al lado de las fuerzas conservadoras de la zona leal: republicanos, comunistas y socialistas de derecha.
Extraído de: "La Alianza Obrera: Historia y análisis de una tactica de unidad de España" de Víctor Alba.
Digitalización: AsturiesLLibertaria
Una alianza puede ser defensiva u ofensiva. La cosa es aparentemente clara. O bien es para evitar un golpe, para proteger un régimen o un equipo en el poder, para detener el avance de un adversario, o bien para conquistar el poder o para obligar al equipo que lo ocupa a hacer determinadas concesiones o a seguir una política dada o a adoptar unas medidas que se deseen.
Digo aparentemente porque hay alianzas que no son tan transparentes y que se concertan no para conseguir los objetivos declarados, sino otros ocultos. Por ejemplo, una alianza para poner en el poder a un equipo que esté comprometido a abrir la puerta a negocios extranjeros o a tapar corrupciones o a facilitar un golpe contra sí mismos. O bien que tengan por objetivo servir a intereses diplomáticos extranjeros.
De todos modos, claros u oscuros, los fines de una alianza siempre caen en una de las dos categorías citadas: defensivos u ofensivos. Para evitar un cambio o para provocarlo. Poco importa que quienes quieran evitarlo sean las derechas temerosas de una revolución o las izquierdas temerosas de una reacción, o que quienes quieran provocar el cambio sean las derechas deseosas de ir para atrás o las izquierdas que aspiran a ir para adelante.
La mayoría de las alianzas tienen objetivos muy limitados, una vez conseguidos los cuales se deshacen automáticamente. Una alianza para lograr una amnistía, por ejemplo, o para ganar unas elecciones o para obtener una ley. Otras -y eso es más raro- quieren tener permanencia, servir de instrumento de gobierno una vez alcanzada la victoria, si es una alianza ofensiva, o bien servir de mecanismo de defensa siempre dispuesto, si es una alianza defensiva. De todas maneras, por su misma naturaleza, la alianza está destinada a no ser de mucha duración -especialmente cuando quiere gobernar como tal alianza-, porque estando formada por fuerzas cuyos fines a largo plazo difieren, cuyos intereses generales no coinciden, necesariamente llega un momento en que -pasado el peligro o alcanzado el poder-, surgen intereses contrapuestos que la desintegran, ya sea de golpe, ya por la repetición de conflictos y roces parciales.
Puede ocurrir incluso -aunque nunca se declara así- que una alianza se estableza para destruír, minar o disminuir a una de las fuerzas que la componen y a la que se ha colocado en tal situación, que no puede rehuir la alianza sin perjudicarse. Le sale entonces más a cuenta correr el riesgo que no oponerse a la alianza. No es excepcional que la fuerza que se quiere destruir o absorber no se percate de ello. La mayoría de las alianzas con los comunistas se realizan sin que los aliados se den cuenta de que uno de los objetivos no declarados es su absorción por ellos. Y lo mismo puede decirse de ciertas unificaciones o fusiones. La fusión de las juventudes socialistas y comunistas, maquinada por Santiago Carrilo a comienzos de 1936, tenía por objeto, sobretodo, la absorción de las primeras por las segundas, cosa que, efectivamente, ocurrió. Desde fuera algunos lo advirtieron y avisaron, pero la inmensa mayoría de los jóvenes socialistas y de los socialistas adultos no se percataron de ello, cegados como estaban en aquel momento por la retórica de la unidad y por su reciente descubrimiento del marxismo, que les hacía creer -tal como ellos lo interpretaban- que las juventudes comunistas eran marxistas y revolucionarias. Que no lo eran, claro está, se vio durante la guerra civil, cuando las Juventudes Socialistas Unificadas se opusieron a todas las conquistas revolucionarias y se colocaron al lado de las fuerzas conservadoras de la zona leal: republicanos, comunistas y socialistas de derecha.
Extraído de: "La Alianza Obrera: Historia y análisis de una tactica de unidad de España" de Víctor Alba.
Digitalización: AsturiesLLibertaria
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