miércoles, 8 de julio de 2009

Entrevista a Ramón Álvarez Palomo

– ¿Cuándo y dónde se toma la decisión de evacuar Asturias?

– Esa decisión de evacuar se toma el mismo día veinte de Octubre del 37, en el transcurso de una reunión del Consejo Soberano de Asturias y León con el Estado Mayor del Ejército del Norte. La reunión debió de comenzar sobre las once y media o las doce del mediodía, aproximadamente, en la sede del Consejo, que estaba en ese edificio que todavía se conserva y que entonces llamábamos la “Casa Blanca”. Ahí tenía su despacho oficial y su residencia Belarmino Tomás, el presidente del Consejo Soberano, y, además, estaban allí las consejerías de Industria, Marina Mercante, Pesca y Sanidad.

En esta última reunión, presidida por Belarmino Tomás, estábamos presentes todos los consejeros y el coronel Prada con su Estado Mayor. Faltaba Amador Fernández, que estaba en Francia realizando gestiones comerciales.

El coronel Prada, en su intervención, pintó la situación como estaba, en negro, y dijo que se había llegado al límite de la resistencia. La propuesta de Prada y del Estado Mayor era que si se decidía la evacuación, tenía que ser aquella misma noche, porque al día siguiente ya sería tarde; y si no había evacuación, «entonces nada -dijo-, aquí todo el mundo a poner sacos terreros por las esquinas y cada uno que se busque un sitio y un fusil o una bomba, y a participar todos en la defensa.»

A petición mía, y antes de adoptar una decisión definitiva, se suspendió la reunión del Consejo durante una hora para ir a consultar con las organizaciones que representábamos y volver con el criterio o con la confirmación de lo que en principio se había acordado. Yo, en ese momento, por olvido, despiste o lo que fuera, ignoraba que la Comisión de Guerra había adoptado ya tres días antes, el 17 de Octubre, ese principio de la evacuación si la situación se agravaba, de acuerdo con las últimas instrucciones recibidas del Gobierno de Valencia. Porque aunque unas semanas antes, el Gobierno de la República, el Ministerio de Defensa, Negrín, había dicho que a Asturias se le podía pedir un milagro, y el milagro era que resistiera; después, modificó ese criterio diciendo que, llegado el momento, convenía evacuar y salvar la mayor parte posible del valiente y heroico Ejército del Norte, que tantas pruebas había dado de su capacidad militar y de lucha, y que esos soldados salieran porque serían necesarios en otros frentes donde habría de proseguir la guerra. Y la prueba de que esto fue así, es que muchos oficiales y jefes del Ejército de Asturias, al llegar a Barcelona y a Valencia, tuvieron un ascenso simultáneo de un grado. Esto es muy importante, porque luego, el día 20, los dirigentes comunistas armaron la de dios con lo de la evacuación, queriendo, como siempre, capitalizar el heroísmo de que ellos no querían evacuar; ¡y luego, marcharon los primeros!

– ¿Qué ocurre en la reunión con el Comité regional de la CNT?

– La reunión fue breve. Aceptan el principio de la evacuación y de enviar enlaces propios a los frentes; porque también se había acordado que cada organización se ocupara de avisar a sus afines con sus propios enlaces para que, al anochecer, se volcasen sobre los puertos los más comprometidos. Eran enlaces personales, porque por teléfono, aunque funcionasen las comunicaciones, existía el peligro de las escuchas. Se utilizaron todos los medios disponibles, compañeros de confianza, gente incluso que estaba de permiso, para que los combatientes supieran que lo que les decían era verdad. Se trataba, sobre todo, de avisar a la milicia voluntaria, a los más comprometidos; pero luego, estando ya en Barcelona, supe por compañeros que hubo sitios en el frente en que no se enteraron de nada. El caso es que no teníamos ya ninguna posibilidad de comprobar si los enlaces cumplían las órdenes o no.

– ¿Cómo se desarrolla la segunda parte de la reunión del Consejo?

– Después de acordar, digamos que oficialmente, la evacuación, entonces el Consejo movilizó con especial atención a la Consejería de Marina Mercante, cuyo titular era Calleja, y a la de Pesca, que dirigía yo y que éramos los que administrábamos y controlábamos los pesqueros, que serían los que se utilizasen para la evacuación esa noche. En pesca hubo algún fallo porque se había ordenado quitar todas las tapas de las calderas para inmovilizar los barcos y, a última hora, hubo algún problema con eso, pero la mayoría estuvieron listos y se utilizaron.

Lo de quitar las tapas de las calderas fue una medida tomada unos días antes para evitar que se repitiesen casos como el del “Somo”, en el que desde Avilés huyeron a Francia medio centenar de personas muy conocidas. Estos hechos, al saberse, causaban una enorme desmoralización en la gente. Por esas fechas también se había descubierto algún que otro grupo de milicianos merodeando por los puertos con intención de marcharse en algún pesquero; a los que se sorprendió, fueron enviados inmediatamente a primera línea del frente. Fue famoso el caso de Honesto Suárez, que era un personaje muy estimado en Gijón, yo era amigo suyo; lo cogieron dentro de un barco de refugiados que estaba a punto de salir de Ribadesella y dio la disculpa de que iba a acompañar a su padre hasta Santander. Lo juzgó el Tribunal Popular y lo condenó a muerte, pero no llegaron a ejecutarle. Luego, los de Franco, también lo condenaron a muerte, y tampoco le fusilaron. Dicen que decía: «soy el único condenado a muerte dos veces que se salvó.» Después se fue a vivir a Ribadeo o Vegadeo, a ejercer allí de médico, porque era médico, oculista, y allí murió.

– ¿Qué hacen después de la reunión del Consejo?

– En lo que se refiere a mí, a Segundo Blanco, a Belarmino Tomás, a Calleja y algún otro, nos quedamos allí; Belarmino Tomás, en la Presidencia, dando la sensación de normalidad y asumiendo la responsabilidad del cargo hasta el último momento; y nosotros, dando el callo en las consejerías hasta la hora de salir; telefoneando, enviando mensajes, mandando motoristas, a Candás, aquí y allá, donde sabíamos que había surgido alguna dificultad, con el objeto de contar con la mayor cantidad posible de buques disponibles para evacuar esa noche. Esto demuestra que no es cierto lo que se escribió por ahí de que en la reunión del Consejo se había acordado esconderse hasta las cinco, para luego marchar al Musel y embarcar en el torpedero. No hubo tal acuerdo.

– ¿Cómo funcionaba la Consejería de Pesca?

– La Consejería de Pesca tenía en cada puerto una comisión, formada paritariamente por miembros de la UGT y la CNT, que se encargaba de todos los asuntos profesionales, desde la reparación de los buques a la venta del pescado. Con esos compañeros fue con los que contacté esa tarde, porque, además de ser la autoridad legal, entre comillas, eran hombres que venían de la profesión y tenían una influencia, eran más o menos escuchados por la gente a quien tenían que dirigirse. En Gijón, el delegado de la Consejería era Eustaquio Pérez, que conocía muy bien el percal, como suele decirse, y él fue el que asumió buena parte de la actividad organizativa en El Musel.

La movilización no es que fuese especialmente difícil; la dificultad estaba en superar los obstáculos que iban surgiendo, como cuando no aparecía una tapa de una caldera, o el barco no tenía combustible o no encontraban al patrón; pero en lo demás, la colaboración fue efectiva, siendo para lo que era, que iba a servir también para los que lo hacían, para escapar.

– ¿Cuánta gente estaba trabajando en la Consejería esa tarde?

– Diez o doce, todos en los que yo tenía más confianza.

– ¿Quién da la orden de partir hacia El Musel?

– Se había quedado en que, los que estábamos en el edificio del Consejo, nos avisaríamos para marchar juntos. Luego, no fue así, porque Ramonín Posada, consejero de Sanidad y que estaba allí, que era cuñado del alcalde Mallada, debieron de venir a buscarle los hermanos; y Calleja también marchó por su lado, seguramente con algún equipo de la Mercante. Así que los que al final quedábamos allí éramos Belarmino Tomás, Segundo Blanco y yo. Sobre las siete de la tarde, marchamos juntos los tres para El Musel en el coche oficial y con el chófer de Belarmino Tomás.

– ¿Cómo estaba la ciudad, había disturbios?

– La ciudad estaba tranquila y en orden. Tenía que haber ya mucha gente que supiese lo de la evacuación, pero hacían como que no lo sabían. Lo único, que ya se oía el estampido de los cañones por la parte de Villaviciosa. Nosotros, para ir al Musel en el coche, hicimos el recorrido normal: por Marqués de San Esteban y luego, hasta Cuatro Caminos, ahí giramos a la derecha y hasta El Musel, sin el más mínimo problema.

– ¿Qué escolta llevaban?

– Nada, íbamos los tres y el chófer. Yo, igual que los demás consejeros, nunca tuvimos escolta. Durante los quince meses de guerra, yo iba y venía de un lado para otro solo, sin escolta de ninguna clase. En Gijón, aunque había “quinta columna”, nunca llegaron, como en otras partes, al atentado personal.

– ¿Qué controles había a la entrada de El Musel?

– En El Musel había la vigilancia normal de cualquier puerto y cualquier día. Eso que dijeron por ahí de que se había puesto una vigilancia especial para seleccionar a la entrada, de eso, nada de nada. Y la mejor prueba la damos nosotros mismos: Belarmino Tomás, todo un presidente del Consejo Soberano, con dos consejeros, pues entramos sin más preámbulos ni consideraciones. Además, cuando llegamos nosotros, El Musel ya parecía “el Rastro”, abarrotado de gente y de coches. Empezaba a haber ya algo de barullo, gente que se enfadaba y echaba mano de aquí y de allí, y gestos, pero nada más.

Otra cosa que quiero puntualizar es referente a Belarmino Tomás. Han dicho y han escrito, que si Belarmino salió en avión, que si ya estaba dos días antes en Francia... Eso no es cierto, porque Belarmino salió de Gijón el día 20 conmigo. Belarmino no tendría muchas luces, pero sí que era un tío valiente y “echao p’alante”. Lo que ocurrió en realidad, fue que el día antes, el 19, los rusos vinieron a ofrecer a Belarmino una plaza en el avión en que iban a salir para Francia. Belarmino la rechazó y les dijo que él correría la misma suerte que el resto de los miembros del Consejo, pero que les agradecería si en ese avión podían sacar a no sé quién de su familia.

– ¿Qué hacen en El Musel?

– Hay un momento en que el coche no puede seguir avanzando por el barullo de gente. Entonces, nos bajamos los tres y Segundo Blanco dijo: «voy a mirar a ver qué encuentro por ahí», y se fue a hacer una descubierta por...

– Pero, ¿qué es, que no tenían ningún barco esperándoles?

– Nada, nada. Estuvimos allí, Belarmino Tomás y yo, esperando un rato, en el muelle, entre la gente. Se nos fueron juntando los otros consejeros que andaban por allí, hasta que volvió Segundo:

– Vení p’acá, que hay un barco ahí en el que conozco al fogonero y es de confianza -dijo Segundo cuando nos vió.

Y para allá nos fuimos todos con él. El barco resultó ser el “Abascal”, pareja del “Bayona”, de la flota del armador Ojeda. Me acuerdo que, al poco de hacerme yo cargo de la Consejería de Pesca, hice una gestión con Bilbao para recuperar barcos asturianos que estaban allí, y entre los que se recuperaron estaba el “Bayona”.

En el “Abascal”, por toda tripulación, estaba un compañero de la CNT, Arturo Loché, que era el fogonero y al que conocíamos Segundo y yo. Así que nos embarcamos los tres en el “Abascal” junto con los otros consejeros que estaban allí.

– ¿No sería, más bien, que no había ningún barco preparado porque contaban con escapar en el destructor “Císcar” hasta que lo hundió la aviación el día anterior?

– No, no, no. No es cierto tampoco que nosotros estuviésemos angustiados porque habían hundido el “Císcar”; porque, al parecer, según algunos, el “Císcar” no salió de El Musel porque se lo impidió el Consejo Soberano, con la esperanza de que ese buque nos sería útil para poder escapar. La verdad es que, efectivamente, el Consejo impidió a Valentín Fuentes, que era el jefe de las Fuerzas Navales del Cantábrico, que obedeciera la orden dada por Indalecio Prieto. Fuimos al Musel Segundo Blanco y yo para impedirlo, y trajimos a don Valentín medio como prisionero para que estuviera con nosotros. Porque todo tiene explicación cuando hay buena fe. Indalecio Prieto quería salvar el buque y todo lo que se pudiera si se perdía el Norte, porque veía el peligro de que hundieran al “Císcar”, entonces dio orden a don Valentín Fuentes de que mandara zarpar al “Císcar”, y él nos lo comunicó. Fue cuando nosotros fuimos allí a impedírselo, porque la opinión del Consejo era, no que podíamos salvarnos en el “Císcar”, sino que en cuanto el enemigo viera que desguarnecíamos de toda protección la costa, pues se darían cuenta, y si tenían un cerco, lo reforzarían, porque verían que estaban en vísperas de la huida. Es decir, que todo se explica: lo de don Valentín, que quería marchar por orden; lo de Prieto, que quería salvar el “Císcar”, y lo nuestro.

– ¿Qué ocurre cuando se embarcan en el “Abascal”?

– Cuando subimos a bordo del “Abascal”, el compañero Loché ya tenía lista la máquina y la caldera. Había poca gente a bordo, pero alguna había. Nos juntamos allí algunos miembros del Consejo, como Rafael Fernández, Antonio Ortega, y creo que Calleja; hay quien dice que estaba también Ambou, pero a mí no me lo parece. Los que seguro que estaban eran Maldonado, diputado nacional, Maximiliano Llamedo, que había sido consejero de Asistencia Social; Onofre García Tirador; Camilo Otero y Manuel Pérez Cobián, dos compañeros de la CNT que habían ejercido de policías, y otra gente de cuyo nombre no me acuerdo o que no conocía. Se fue llenando de gente, jefes del ejército, oficiales de milicias, milicianos y no milicianos... Porque allí no se pedía carta de ciudadanía ni función social ni nada: llegaban y ¡pum!, saltaban al barco y allí se quedaban.

El único fallo, no achacable a nosotros, fue que pasó lo que suele suceder en estas situaciones caóticas, que cuando estaba a medio llenar de gente, los que estaban a bordo, por prisa de escapar, empezaron: ¡vámonos!, ¡vámonos!, ¡vámonos! Así que en este barco y en otros se pudo haber llevado más gente. También ocurrió lo contrario, casos como el del “Maria-Elena”, que estaba en el Muelle, en el que se había subido tanta gente que desde dentro tuvieron que amenazar con una ametralladora para que no subieran más, porque estaban viendo que se iba a hundir el barco; y algún caso de hundimiento por exceso de pasaje creo que hubo.

– ¿El chófer que les llevó a El Musel embarcó con ustedes?

– No, no, no. Los chóferes iban y volvían a buscar otra gente, o eso decían. Al chófer mío le dije que fuera a buscar a mi hermano y a mi padre, que luego los fusilaron los de Franco, y a recoger a otros. Él, sin embargo, no quiso embarcarse, no porque fuera facha, no, sino que no quiso. Cuando vine del exilio, le encontré por ahí, Fombona se llamaba. Yo le quería mucho porque era valiente, muy decidido. Conmigo, había otros que no querían venir de chófer, porque yo estaba en la Consejería, sí, pero iba al frente, a donde sabía que había operaciones, por si había una espantada, por si había que animar a alguien, en fin, por aconsejar, por hacer acto de presencia; y Fombona siempre estaba dispuesto, nunca ponía reparos a ir a donde fuese.

Me viene a la memoria ahora una anécdota, y es que cuando estábamos ya desatracando, uno, que creo que era chófer de Amador Fernández, quiso saltar al barco y cayó al agua. Lo que ya no recuerdo es si luego lo subieron a bordo o lo recogieron de otro barco o qué pasó.

– ¿Qué rumbo y qué navegación hicieron?

– Cuando salimos del Musel era de noche, las ocho o poco más, una noche serena con la mar en calma. Se decidió que en vez de navegar hacia el Este, hacia Francia, bien arrimados a la costa, como se hacía entonces para evitar la vigilancia de los buques fascistas, pues nosotros fue al revés, tomamos el rumbo de Galicia, y cuando llegamos a una altura en que nosotros calculamos que habíamos sobrepasado el arco del bloqueo, pues entonces cortamos en ángulo recto hacia el Norte. Después, Maldonado y otros, haciendo cálculos con cuerdas y con mapas, contando con la experiencia de algún marino, nos mantuvieron navegando hasta una altura que, según sus cálculos, cortando otra vez en ángulo recto, teníamos que ir a parar a Brest, que es una gran rada con toda la costa llena de pueblos, y, efectivamente, llegamos a Brest.

Teníamos que hacer guardias; recuerdo que me decían: «tú mira en el horizonte a ver si ves humo o luz, que es lo primero que se ve», pero yo no veía nada, sólo el mar con sus ondulaciones. Una noche en que estaba de guardia, todo oscuro, no se veía nada, y de repente, un chorro de luz de una potencia enorme que nos deslumbraba; y todo el mundo: «¡meca, el “Cervera”!», «¡el “Cervera”!, “¡el “Cervera”!» Entonces, fue cuando Onofre, que llevaba un fusil ametrallador, se tira al suelo y se pone apuntando al buque de guerra. Voy yo y le digo:

– ¡Oye, Onofre!, ¿qué vas a poder tú solo con el “Cervera”? ¡Anda, no jodas!

Pero no, no era el “Cervera”, sino un destructor inglés que después se alejó. Claro, todo el mundo había salido de El Musel con el temor de que nos capturara el “Cervera” y veían al “Cervera” por todas partes.

– ¿Qué comían, dónde dormían?

– De comer, nada de nada. Yo y todos los demás estuvimos en ayunas. Había allí unos garbanzos, pero, qué, catorce garbanzos en total, así que nada. En eso fue en una de las cosas en que se notó que nadie sabía nada de nada, en que no habían metido a bordo, por lo menos, algo de comida. Y de dormir, pues no se dormía, se echaban pigazos, en la cubierta o donde se podía. Llamedo, por ejemplo, hizo todo el viaje tirado en la cubierta como una cuerda; se mareó, se puso malo; todo el viaje como un saco; no se enteró de nada hasta que llegamos a Francia.

– ¿Cuándo llegaron a Francia?

– Tardamos dos días. Salimos del Musel de noche y llegamos dos días después al anochecer. Entramos en la rada de Brest, que es enorme, y estuvimos navegando horas y horas hasta que fuimos a parar a Douarnenez, no sé si porque vieron allí un barco español o por lo que fuera. El caso es que estaba allí “Quilo el Ferreru”, Aquilino García Díaz, un buen compañero de la CNT de Gijón que había llegado de Asturias en otro barco poco antes; y cuando nos acercamos a donde estaban ellos, Quilo, a voces, empezó a preguntar por unos y por otros, y desde el “Abascal” le contestaba yo:

– Oye, ¿está Onofre?

– Sí, ta’qui- le respondía yo

– ¿Y Segundo?

– Ta’qui

– ¿Y fulano?

– Sí, ta’qui. ¿Y tú quién yes? -le pregunté.

– Quilo. ¿Ta mengano?

– Sí, ta’qui.

Y así preguntando por unos y por otros, y luego va y dice:

– ¿Y Ramonín?

– Soy el últimu, pero toy aquí -le dije yo.

Y no veas qué carcajadas los dos. Y allí nos encontramos otra vez.

Cuando desembarcamos en Douarnenez nos metieron a todos en una escuela y nos dieron comida y café. Luego, vinieron las autoridades francesas, alguien les debió informar, y sacaron a Belarmino Tomás y a Maldonado, que eran diputados, y los llevaron a un hotel. Supongo que luego ellos, en la conversación, les dirían que allí estábamos también los del Gobierno de Asturias y León, porque al amanecer nos sacaron a nosotros, a todos los que éramos consejeros y nos llevaron al hotel en el que estaban Belarmino y Maldonado. Desayunamos y en unos coches que nos proporcionaron, no sé si a través de la embajada o cómo, fuimos hasta la frontera de Port Bou, y de allí, en el tren, hasta Barcelona. Yo, en el camino, en los puntos en que me habían dicho que había consulado y que pasábamos a una hora adecuada, en Quimper, en Burdeos, pues parábamos y preguntaba por los que habían llegado de Asturias en los barcos.

Al llegar a Barcelona, después de que cada uno contactase con la organización a la que pertenecía, nos pusimos en relación con el Centro Asturiano, que hacía un poco de consulado de Asturias, y en el que estaba un gijonés, Rafael Cavo, que estaba casado con una chavala que tenía un hotel ahí, junto a la estación de Langreo, en esas casucas que tiraron hace poco. Las primeras medidas fueron para ocuparnos de la gente que había llegado de Asturias, informarnos de dónde estaban los refugios con asturianos que había por Cataluña, tratar con las instituciones que se ocupaban de ellos, en fin... Luego, a las mujeres que habían dejado el marido aquí, o en el trabajo o en el frente, se les pagaron tres o cuatro mensualidades.

Con la mercancía que teníamos allí pagada y que no había podido ser enviada a Asturias, se creó una cooperativa en el Paseo de Gracia y se repartía entre los asturianos como un suplemento al racionamiento. Recuerdo que lo último que quedó en existencia eran alpargatas, las repartimos también y luego, la gente las cambiaba por comida. En fin, se hizo lo que se pudo.

Extraído de: "¡El «Cervera» a la vista!", de Marcelino Laruelo Roa.
Encontrado en: AsturiasRepublicana.com

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