Hace 70 años, la Virgen de Covadonga salió del real sitio hacia Gijón y después fue llevada a París, bajo protección de las autoridades frentepopulistas.
Lo recogía sucintamente una copla popular entonada durante la guerra civil en Asturias: «La Virgen de Covadonga / ye pequeñina y galana / marchóse con Quintanilla / porque ye republicana». En efecto, a comienzos de 1937, hace ahora 70 años, la imagen de la Santina abandonaba el real sitio camino de Gijón, de donde partiría después hacia Francia.
Respetada en varios momentos de ese periplo por los mandatarios frentepopulistas de la Asturias republicana, la venerada imagen de la Virgen sobreviviría excepcionalmente a lo que el obispo Antonio Montero denominó -en su estudio «Historia de la persecución religiosa en España (1936-1939)»- «el martirio» de los bienes eclesiásticos.
Según dicha obra, serían 354 los templos totalmente destruidos en Asturias y 287 los parcialmente dañados. Los ajuares litúrgicos correrían la misma suerte y, en un país tan particularmente cultivador de la imagenería religiosa como España, las efigies de vírgenes, santos y otras figuras de piedad serían arrasadas. Un botón de muestra: la fotografía de unos milicianos fusilando al Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles daría la vuelta al mundo.
La destrucción de bienes inmuebles, muebles y artísticos alcanzó una tasación de 900 millones de pesetas, según cálculo que el ministro de Gobernación, Ramón Serrano Suñer, realizó al final de la guerra.
En medio de ese panorama, la excepción de la Virgen de Covadonga contiene elementos interesantes. La Santina fue republicana, o mejor dicho, propiedad republicana. Y, como tal, sufrió exilio, aunque retornaría, en junio-julio de 1939, en loor de multitudes y a hombros de los asturianos, en actos concurridísimos programados por la Iglesia y el nuevo régimen para reafirmación religiosa y nacional.
Pero antes los «rojos» la habían custodiado. Incluso una mano comunista nunca identificada la protegió del pillaje en la Embajada de París, donde permaneció encajonada cerca de dos años.
La historia del «exilio» y retorno de la Santina ha sido estudiada minuciosamente por el sacerdote Silverio Cerra, profesor de Filosofía, y sus últimas aportaciones están siendo recogidas en las publicaciones del Foro Covadonga, de reciente creación.
Relata Cerra que la guerra civil llegó a Covadonga el 6 de agosto de 1936, cuando jóvenes milicianos de Cangas de Onís acceden al santuario al atardecer. A partir de ese momento, los miembros del cabildo son detenidos y encarcelados, y la basílica, las dependencias capitulares y la cueva son clausuradas. La Santina permanece en su altar del camarín, el diseñado por Roberto Frassinelli -el «alemán de Corao»-, y bloqueada por las verjas de la santa cueva. A finales de septiembre se detecta que han sido robadas su corona de plata, la rosa de oro de su mano y las vestiduras de filigrana. Días después desaparece la imagen. Los robos se habían sucedido en Covadonga. Las provisiones de los hoteles, los muebles y objetos de las viviendas capitulares, las joyas donadas como ex votos al santuario y la biblioteca de la colegiata fueron objeto de rapiña. Las vestiduras sagradas y las cortinas acabaron en sastrerías de la zona, de manera que «en Cangas se comentaba de qué ornamento o cortina habrían salido ciertas cazadoras o faldas», relata Cerra.
Para entonces, la basílica de Covadonga había sido utilizada como cinematógrafo y salón de baile, y el conjunto del real sitio, como centro hospitalario. El hotel Pelayo sería clínica de infecciosos tifoideos.
No se sabe quién, pero alguien había sacado la Santina de la cueva y la había escondido en un armario ropero de dicho hotel, donde era tutelada por Marina, hija de un mecánico de Covadonga, «Julio el de los Ingleses», y responsable del departamento de lencería, detalla Silverio Cerra
Marina y su novio eran socialistas, lo que no impidió una estrecha vigilancia de la imagen. Ante el armario acude a rezar frecuentemente Ángeles López-Cuesta, esposa de Luis Laredo, médico y diputado de Izquierda Republicana, que residía en las casas de los canónigos, vivienda entonces para políticos de la República. Ángeles López-Cuesta era mujer piadosa y de las pocas personas que conocían el paradero de la Santina. Cuando visitaba la imagen con sus hijas pequeñas, rezaba manteniendo cerradas las puertas del armario, para que las niñas no se fueran después de la lengua. Un día, una de sus hijas preguntó: «¿Por qué venimos a rezar a este armario del Pelayo si tenemos tantos armarios en casa?», según recoge Cerra en sus investigaciones.
Según explica el sacerdote, la suerte de la Santina cambiará en diciembre de 1936, cuando se crea el Consejo Interprovincial de Asturias y León, bajo Belarmino Tomás, y la Consejería de Sanidad -de la que dependía Covadonga- deja de estar dirigida por miembros de Izquierda Republicana, moderados, y pasa a Ramón Fernández Posada, de las Juventudes Libertarias. Será nombrado director de Covadonga Agapito González, fontanero de Las Caldas y presidente de las Juventudes Libertarias, quien expulsa del real sitio a Laredo y familia. Ante este hecho, Ángeles López-Cuesta, temerosa por el destino de la Santina, manda aviso a Gijón al consejero de Propaganda, el profesor y escritor Antonio Ortega, conocido suyo.
Ortega encarga al escultor Goico-Aguirre -Antonio Goicoechea Aguirre- que recoja la imagen de Covadonga y la traslade a Gijón. Ortega y Goico-Aguirre se distinguirán durante la guerra civil por una decidida campaña de salvación del patrimonio artístico asturiano.
Les amparaba una disposición de la Consejería de Instrucción Pública -regida por el comunista Juan Ambou- que prohibía la apropiación o destrucción de objetos artísticos. Dicha norma establecía «la concepción materialista del arte y la extensión de la cultura, hasta hoy monopolizada, a todo el pueblo».
Goico-Aguirre viaja a Covadonga en un Ford negro. Recoge un gran paquete y lo lleva a Gijón, donde es guardado en un armario del Ateneo Obrero. Silverio Cerra juzga en este punto que no es cierta la historia de que Indalecio Prieto pidió el traslado de la Santina a la Embajada de París.
La imagen de la Virgen y otros bienes artísticos serán objeto de sendas exposiciones populares de arte en el Ateneo Obrero, en abril y mayo de 1937, organizadas por el departamento de Propaganda que dirigía Ortega. La idea ulterior era la de crear un Museo Popular de Arte acorde con los antiguos proyectos de Jovellanos.
Pero un nuevo giro iba a producirse en el destino de la Santina a medida que el frente Norte ahogaba a la Asturias frentepopulista. El Gobierno republicano de Valencia pide salvar los tesoros artísticos, y el Consejo de Asturias y León acuerda el traslado. Lo encarga a Eleuterio Quintanilla, anarcosindicalista, profesor y «santo laico» para los cenetistas, según recuerda Cerra.
En septiembre de 1937, Quintanilla sale en un barco inglés del puerto de Gijón, El Musel, con el cargamento de objetos artísticos de Asturias, Santander y parte de León. La intención era trasladarlo al territorio republicano, a Valencia, a través de Burdeos. Pero la Santina y otros objetos nunca llegarán a ese destino, sino que acabarán en la Embajada española de París.
El 1 de octubre de 1937, el IV Tabor de Regulares de Alhucemas, las Brigadas de Castilla y la V Brigada de Navarra toman Covadonga. Franco dice desde Burgos: «En este día, aniversario de mi exaltación a la Jefatura del Estado..., ha sido clavada nuestra bandera junto a la cruz de Covadonga». El real sitio comienza a recomponerse católicamente, pero la imagen de la Santina no aparece.
Pasa año y medio y la guerra civil toca a su fin. En la Ciudad de las Luces, según relato de Silverio Cerra, un hombre se dirige al claretiano Joaquín Aller, director de la Misión Española en París, y le dice: «Yo soy un comunista asturiano... Es el caso que la Santina asturiana, patrona de mi tierra, está, entre otros tesoros artísticos, almacenada en la Embajada. Ésta va a ser evacuada y yo no quiero que esta imagen tan querida sufra más ultrajes».
El claretiano le pide a aquel hombre que la esconda y éste la oculta en un pequeño hueco, junto al ascensor. Cuando en marzo de 1939 las nuevas autoridades del franquismo entran en la Embajada hallan, en medio de cajas saqueadas, una sin abrir con el letrero «Virgen de Covadonga». Nuevamente, una mano izquierdosa había intervenido en la suerte de la Santina.
Según texto recogido por Cerra, el anarquista Ramón Álvarez Palomo (Gijón, 1913-2003) dejó escrito: «Ese símbolo de la cristiandad, al margen de toda creencia y desmintiendo la ferocidad que se nos atribuye, fue puesto a salvo... por los "rojos" y custodiado por el hombre más representativo del fondo humanista del anarquismo: Eleuterio Quintanilla».
Ya lo decía la copla: «Marchóse con Quintanilla / porque ye republicana».
J. Morán
Extraído de: La Nueva España 3 de Febrero de 2007.
Lo recogía sucintamente una copla popular entonada durante la guerra civil en Asturias: «La Virgen de Covadonga / ye pequeñina y galana / marchóse con Quintanilla / porque ye republicana». En efecto, a comienzos de 1937, hace ahora 70 años, la imagen de la Santina abandonaba el real sitio camino de Gijón, de donde partiría después hacia Francia.
Respetada en varios momentos de ese periplo por los mandatarios frentepopulistas de la Asturias republicana, la venerada imagen de la Virgen sobreviviría excepcionalmente a lo que el obispo Antonio Montero denominó -en su estudio «Historia de la persecución religiosa en España (1936-1939)»- «el martirio» de los bienes eclesiásticos.
Según dicha obra, serían 354 los templos totalmente destruidos en Asturias y 287 los parcialmente dañados. Los ajuares litúrgicos correrían la misma suerte y, en un país tan particularmente cultivador de la imagenería religiosa como España, las efigies de vírgenes, santos y otras figuras de piedad serían arrasadas. Un botón de muestra: la fotografía de unos milicianos fusilando al Sagrado Corazón del Cerro de los Ángeles daría la vuelta al mundo.
La destrucción de bienes inmuebles, muebles y artísticos alcanzó una tasación de 900 millones de pesetas, según cálculo que el ministro de Gobernación, Ramón Serrano Suñer, realizó al final de la guerra.
En medio de ese panorama, la excepción de la Virgen de Covadonga contiene elementos interesantes. La Santina fue republicana, o mejor dicho, propiedad republicana. Y, como tal, sufrió exilio, aunque retornaría, en junio-julio de 1939, en loor de multitudes y a hombros de los asturianos, en actos concurridísimos programados por la Iglesia y el nuevo régimen para reafirmación religiosa y nacional.
Pero antes los «rojos» la habían custodiado. Incluso una mano comunista nunca identificada la protegió del pillaje en la Embajada de París, donde permaneció encajonada cerca de dos años.
La historia del «exilio» y retorno de la Santina ha sido estudiada minuciosamente por el sacerdote Silverio Cerra, profesor de Filosofía, y sus últimas aportaciones están siendo recogidas en las publicaciones del Foro Covadonga, de reciente creación.
Relata Cerra que la guerra civil llegó a Covadonga el 6 de agosto de 1936, cuando jóvenes milicianos de Cangas de Onís acceden al santuario al atardecer. A partir de ese momento, los miembros del cabildo son detenidos y encarcelados, y la basílica, las dependencias capitulares y la cueva son clausuradas. La Santina permanece en su altar del camarín, el diseñado por Roberto Frassinelli -el «alemán de Corao»-, y bloqueada por las verjas de la santa cueva. A finales de septiembre se detecta que han sido robadas su corona de plata, la rosa de oro de su mano y las vestiduras de filigrana. Días después desaparece la imagen. Los robos se habían sucedido en Covadonga. Las provisiones de los hoteles, los muebles y objetos de las viviendas capitulares, las joyas donadas como ex votos al santuario y la biblioteca de la colegiata fueron objeto de rapiña. Las vestiduras sagradas y las cortinas acabaron en sastrerías de la zona, de manera que «en Cangas se comentaba de qué ornamento o cortina habrían salido ciertas cazadoras o faldas», relata Cerra.
Para entonces, la basílica de Covadonga había sido utilizada como cinematógrafo y salón de baile, y el conjunto del real sitio, como centro hospitalario. El hotel Pelayo sería clínica de infecciosos tifoideos.
No se sabe quién, pero alguien había sacado la Santina de la cueva y la había escondido en un armario ropero de dicho hotel, donde era tutelada por Marina, hija de un mecánico de Covadonga, «Julio el de los Ingleses», y responsable del departamento de lencería, detalla Silverio Cerra
Marina y su novio eran socialistas, lo que no impidió una estrecha vigilancia de la imagen. Ante el armario acude a rezar frecuentemente Ángeles López-Cuesta, esposa de Luis Laredo, médico y diputado de Izquierda Republicana, que residía en las casas de los canónigos, vivienda entonces para políticos de la República. Ángeles López-Cuesta era mujer piadosa y de las pocas personas que conocían el paradero de la Santina. Cuando visitaba la imagen con sus hijas pequeñas, rezaba manteniendo cerradas las puertas del armario, para que las niñas no se fueran después de la lengua. Un día, una de sus hijas preguntó: «¿Por qué venimos a rezar a este armario del Pelayo si tenemos tantos armarios en casa?», según recoge Cerra en sus investigaciones.
Según explica el sacerdote, la suerte de la Santina cambiará en diciembre de 1936, cuando se crea el Consejo Interprovincial de Asturias y León, bajo Belarmino Tomás, y la Consejería de Sanidad -de la que dependía Covadonga- deja de estar dirigida por miembros de Izquierda Republicana, moderados, y pasa a Ramón Fernández Posada, de las Juventudes Libertarias. Será nombrado director de Covadonga Agapito González, fontanero de Las Caldas y presidente de las Juventudes Libertarias, quien expulsa del real sitio a Laredo y familia. Ante este hecho, Ángeles López-Cuesta, temerosa por el destino de la Santina, manda aviso a Gijón al consejero de Propaganda, el profesor y escritor Antonio Ortega, conocido suyo.
Ortega encarga al escultor Goico-Aguirre -Antonio Goicoechea Aguirre- que recoja la imagen de Covadonga y la traslade a Gijón. Ortega y Goico-Aguirre se distinguirán durante la guerra civil por una decidida campaña de salvación del patrimonio artístico asturiano.
Les amparaba una disposición de la Consejería de Instrucción Pública -regida por el comunista Juan Ambou- que prohibía la apropiación o destrucción de objetos artísticos. Dicha norma establecía «la concepción materialista del arte y la extensión de la cultura, hasta hoy monopolizada, a todo el pueblo».
Goico-Aguirre viaja a Covadonga en un Ford negro. Recoge un gran paquete y lo lleva a Gijón, donde es guardado en un armario del Ateneo Obrero. Silverio Cerra juzga en este punto que no es cierta la historia de que Indalecio Prieto pidió el traslado de la Santina a la Embajada de París.
La imagen de la Virgen y otros bienes artísticos serán objeto de sendas exposiciones populares de arte en el Ateneo Obrero, en abril y mayo de 1937, organizadas por el departamento de Propaganda que dirigía Ortega. La idea ulterior era la de crear un Museo Popular de Arte acorde con los antiguos proyectos de Jovellanos.
Pero un nuevo giro iba a producirse en el destino de la Santina a medida que el frente Norte ahogaba a la Asturias frentepopulista. El Gobierno republicano de Valencia pide salvar los tesoros artísticos, y el Consejo de Asturias y León acuerda el traslado. Lo encarga a Eleuterio Quintanilla, anarcosindicalista, profesor y «santo laico» para los cenetistas, según recuerda Cerra.
En septiembre de 1937, Quintanilla sale en un barco inglés del puerto de Gijón, El Musel, con el cargamento de objetos artísticos de Asturias, Santander y parte de León. La intención era trasladarlo al territorio republicano, a Valencia, a través de Burdeos. Pero la Santina y otros objetos nunca llegarán a ese destino, sino que acabarán en la Embajada española de París.
El 1 de octubre de 1937, el IV Tabor de Regulares de Alhucemas, las Brigadas de Castilla y la V Brigada de Navarra toman Covadonga. Franco dice desde Burgos: «En este día, aniversario de mi exaltación a la Jefatura del Estado..., ha sido clavada nuestra bandera junto a la cruz de Covadonga». El real sitio comienza a recomponerse católicamente, pero la imagen de la Santina no aparece.
Pasa año y medio y la guerra civil toca a su fin. En la Ciudad de las Luces, según relato de Silverio Cerra, un hombre se dirige al claretiano Joaquín Aller, director de la Misión Española en París, y le dice: «Yo soy un comunista asturiano... Es el caso que la Santina asturiana, patrona de mi tierra, está, entre otros tesoros artísticos, almacenada en la Embajada. Ésta va a ser evacuada y yo no quiero que esta imagen tan querida sufra más ultrajes».
El claretiano le pide a aquel hombre que la esconda y éste la oculta en un pequeño hueco, junto al ascensor. Cuando en marzo de 1939 las nuevas autoridades del franquismo entran en la Embajada hallan, en medio de cajas saqueadas, una sin abrir con el letrero «Virgen de Covadonga». Nuevamente, una mano izquierdosa había intervenido en la suerte de la Santina.
Según texto recogido por Cerra, el anarquista Ramón Álvarez Palomo (Gijón, 1913-2003) dejó escrito: «Ese símbolo de la cristiandad, al margen de toda creencia y desmintiendo la ferocidad que se nos atribuye, fue puesto a salvo... por los "rojos" y custodiado por el hombre más representativo del fondo humanista del anarquismo: Eleuterio Quintanilla».
Ya lo decía la copla: «Marchóse con Quintanilla / porque ye republicana».
J. Morán
Extraído de: La Nueva España 3 de Febrero de 2007.
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